Cuando alguien hace cosas muy extrañas decimos que es “más raro que un perro verde”. Pues bien, la música de DEERHOOF es tan sumamente extraña que también podríamos decirle a alguien que “es más raro que un disco de DEERHOOF”, y es que con esa sensación es como recibo cada nuevo trabajo de la banda liderada por Satomi Matsuzaki, que siguen sorprendiendo después de veinte años y trece álbumes a sus espaldas, ahí es nada. Y sin ningún síntoma de aburguesar o acomodar su sonido en parámetros más asequibles. Eso nunca. En las diez canciones de este nuevo álbum, que apenas supera la media hora de duración, nos encontramos con joyas de pop extraño, de estructuras imprevisibles, ritmos cortantes, guitarras afiladas, y textos concentrados en unas pocas frases sencillas que Satomi repite en cada canción como si sólo hubiera estribillos. Se trata de un disco difícil, como cualquier álbum de su discografía, pero que sin embargo, terminas poniéndote una y otra vez, y luego hasta resulta difícil quitarlo del reproductor. Son canciones cada una de su padre y de su madre, de duración pop, ya que salvo la última, no llegan a los cuatro minutos, así que su digestión llega a resultar posible. Melodías que se te acaban haciendo familiares sin saber cómo, resultando al final complicadas pero accesibles. Vuelven a combinar elementos del free jazz, del pop sensentero, del synth-pop, del funky setentero, del rock, de la psicodelia, de la improvisación, etc… y eso que la canción con la que abren el disco, el single “Paradise girls”, resulta aburrido, frío y bastante prescindible, pero la cosa empieza a mejorar a partir del segundo tema, “Mirror monster”, con una melodía hipnótica. Se permiten hasta un homenaje punk a los RAMONES con “Exit only”. En realidad parece que hacen pequeños homenajes de breves segundos a distintos artistas y estilos dentro de cada canción… y lo bien que sientan, oiga!
Mis favoritas:
1. Black pitch.
2. Last fad.
3. Big house waltz.